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domingo, 16 de octubre de 2011

El arte de ser madre

Roberto Pizano, Maternidad





   "EL ARTE ES UN ESTADO DEL ALMA."  Cita de Chagall.
                                                     
  Ser madre en la compleja realidad del siglo XXI es todo un desafío. Supongo que nunca ha sido tarea fácil. Cuando pienso en los referentes familiares que han ocupado este rol, comprendo que han tenido que atravesar experiencias agridulces. Y me siento consolada y contenida, porque a pesar de tanta literatura, reflexión, asistencia psicológica y avances, las luces y las sombras de la maternidad siguen siendo más o menos las mismas que nos confrontan hoy a quienes optamos por traer hijos al mundo, que por cierto parece que cada vez somos menos. Posiblemente se han agregado algunos condimentos más, gracias a que las mujeres hemos finalmente acepatado que nacemos para ser antes que para ser madres.

  Cuando nos hacemos madres, no tenemos la más pálida idea de lo que esto implica. Somos pura inconsciencia, entusiasmo y deseo. Creemos infantilmente que es más o menos lo mismo que cuidar de nuestras muñecas, hermanitos y primos menores o alguna mascota querida. Pero el bebé que asoma un buen día en el que sentimos tocar el cielo con las manos, si todo sale bien, pronto nos enfrenta con nuestro propio ser en todo el espectro de sus riquezas y humanas limitaciones. Es el bebé quien despierta nuestra animalidad ancestral, y no nuestro instinto el que nos toca una campanita avisándonos que ha llegado la hora de ser prolíficos y multiplicarnos. Y al despertarse el instinto, que nos embriaga de dulzura y necesidad de prodigar cuidados, calor, nido y contacto, también se despierta una parte nuestra que no se había manifestado antes: la necesidad imperiosa de preservar nuestro "yo" tal como lo conocíamos antes de que el hijo llegara. Misión imposible, mujeres: al parir, nos partimos, y las partes nunca volverán a fusionarse en el mismo todo. Deberemos "parirnos a nosotras mismas", re-crearnos, bajo una nueva luz. Comienza allí una especie de tironeo doloroso, molesto y arduo en el que es menester anteponer las necesidades básicas del crío, que no pidió venir al mundo y que no puede valerse por sí mismo ni podrá por años, a las necesidades vitales y existenciales propias, que nunca antes habíamos desatendido tan estruendosamente. Cosas simples como dormir, alimentarnos, ir al baño, darnos una duchita, vestirnos tomándonos el tiempo femenino que eso implica, hacer el amor o salir a la calle para hacer lo que hace falta hacer en una vida normal, se complican. Y arremetemos con todo eso con el bebé a cuestas. Nos hacemos canguros. Se puede, se logra, pero no me pregunten cómo: no hay fórmulas, aunque abunde toda una literatura sobre el tema. Por suerte  hay algunos buenos referentes, mujeres con ovarios y cerebro, como Laura Gutman, que ayudan mucho a digerir la capita azucarada con la que se pretende endulzar a la maternidad real, y de hecho esa línea de pensamiento reverbera en estas líneas...

  Hay días de absoluta locura, de sentimientos encontrados, de replanteos oscuros y mortificantes, y días paradisíacos en los que agradecemos a la vida, a Dios y a todos los Santos por haber tenido a nuestros hijos. Digo días, aunque en verdad se pasa de un estado al otro, del cielo al infierno, en cuestión de horas o minutos. Nos hacemos bipolares. Esta es la verdadera maternidad de la que siento pocas mujeres se atreven a hablar con total honestidad y "a boca de jarro".

Georges Braque, Figura
                                    
  Yo creo que no nos hacemos ningún bien si nos proponemos ocultar y ocultarnos a nosotras mismas que el arte de ser mamá se aprende minuto a minuto encarnándolo hasta la médula, con compromiso, entrega y toneladas de paciencia, para con nuestros hijos y para con nosotras mismas y toda la constelación familiar que se gesta  y se reacomoda al devenir madres. Maternar es un arte que, como todo arte, conlleva prueba y error, éxitos y fracasos rotundos, momentos de absoluta plenitud y otros de agobio y desborde.

  Recuerdo que una de mis mayores preocupaciones al quedar embarazada era el parto, en rigor, era mi temor de los dolores de parto que se nos anuncian bien dolorosos ya desde el Génesis Bíblico... Y recuerdo las palabras de mi propia madre, que habían sido repetidas infinidad de veces, y supongo que si hoy sus nietas le preguntan por el tema, que ya les empieza a despertar curiosidad y hasta cierta preocupación, la respuesta será la misma: "Duele un poquito... como si estuvieras haciendo una caquita dura. Pero enseguida se pasa." Sé positivamente que mi mamá lo decía por bien, y porque muy posiblemente es el cuento que le han contado a ella y que ella se creyó, para maldecir hasta a su propia madre en el momento de parir. Y ésto lo cuento porque es así, con ese grado de infantilización y ocultamiento de las verdades básicas de la maternidad, como la enorme mayoría de las mujeres, incluso mujeres urbanas, con título, carrera y honores bajo el brazo (tal vez las más penosamente desinformadas y desconectadas de la naturaleza en cuestiones de maternidad), como llegamos a ser madres.

  Hay además, y en mi modesto entender, una mistificación del acto de parir y de las primeras épocas de absoluta fusión con el bebé en nuestro tiempo, que se ve plasmada en color rosa, o más bien, blanco, como las mamás y los bebés inmaculados de las propagandas, mamás frescas, esbeltas y tonificadas y bebés resplandecientes, que nada tienen que ver con la verdadera cara del maternaje en su arranque, y que además tan sólo comienza entonces. Si bien el parto puede ser un momento sublime, insisto, si todo resulta bien, y las primeras semanas, un idilio absoluto, al menos en nuestra memoria afectiva una vez que han quedado atrás, ser madre es una realidad que cuelga de nosotras como nuestras tetas luego de haber amamantado a la cria, por el resto de nuestros días. Nunca dejamos de serlo. Nuestros hijos son causa de nuestros mayores logros, de nuestras más profundas alegrías y orgullo, así como también de nuestras más desconcertantes preocupaciones y pesadillas. Y tal vez lo más difícil llega el día en el que traspasan el umbral de la puerta y se van, ya no de nuestra mano: el día en el que se van solitos, armados con una pequeña mochila y un celular, y les rogamos que nos avisen dónde y con quién están, para que ignoren u olviden nuestro ruego, hasta que finalmente los llamamos nosotros y los importunamos o avergonzamos. Es la paradoja esperable del hijo que crece, ese a quien le hemos dado la teta, la papa en la boca, le hemos limpiado el culo infinidad de veces, lo hemos llevado corriendo a la guardia de un hospital cuando se hizo aquel corte o al pediatra un centenar de veces para ver cómo iba creciendo, al que hemos tenido que despegar de nuestras piernas para que se dignara a entrar al jardín, haciéndonos sonrojar por sus alaridos salvajes, siendo ya mujeres grandes, como si le estuviésemos haciendo el peor de los males, y que ahora se avergüenza de nuestros besos o caricias en público, y se empecina en querer prescindir de los cuidados que es necesario seguir brindándole, porque sabemos que aunque se sienta un león, todavía no sabe rugir en esta selva a la que hay que dejarlo salir libre...

  Ser madre es una arte. Y en el arte hay muchos estilos. El mismo objeto puede ser plasmado de mil maneras distintas de acuerdo a la mano del artista. Aquí va mi homenaje desde el arte a todas aquellas mujeres cercanas y remotas que han elegido, desde su inocencia y su altruismo, ser madres, y se esmeran por mejorar la técnica día a día para darle al mundo las obras de arte que le están haciendo falta. 

        ¡A todas les deseo un muy pleno día de la madre!

                                               Mujeres en el arte por Philip Scott Johnson
                                         

  P.D.: Y recuerden que mañana, sin regalos ni festejo, la historia continúa... porque de eso se trata ser mamá...

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