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martes, 19 de enero de 2021

¡Espléndida edad!



¡Espléndida edad!

Para mi prima Marta: te quiero con tus sabios 58!!! 

Y para dos madrazas: Eliana y María Rosa. 

Gracias a todas!!!


Espléndida edad, en la que me pierdo

y no sé muy bien ni qué edad tengo,

pero sí sé que estoy un paso más lejos

del mero detalle en mi documento.


Espléndida edad, en la que decido

colgar los tacones de zapatos viejos,

llevar uñas cortas, el pelo más corto,

mojarme, si llueve, y no usar piloto.


Espléndida edad, que me trajo anteojos

-me dicen que así se logra ver todo-

aunque, contra la sapiencia de mi oftalmólogo,

mi vista es mejor aun sin anteojos.

 

Espléndida edad: escucho y no oigo,

escucho también los discos de ayer,

visito los sueños del no-pudo-ser, (y lo entiendo todo!!!)

canto y bailo sola con estilo propio.

 

Espléndida edad, en la que no salgo a comprar,

en la que no paso un helado por no engordar;

las miradas ajenas, más bien me resbalan,

y el qué dirán: ¿qué?: No me dice nada.


Espléndida edad: ¡Ya no estoy en edad!

Lejos de sentirlo como condena,

no lloro por verme distinta al espejo:

casi ni lo miro, ni vendo mi alma por el forever-young.

 

Edad en la que, se cree, ya no me-reces nada.

Me dicen: -Perdón, Reina mía, estás sobre-calificada...

- Te entiendo, - contesto -, ¡qué triste verdad!

Yo pensaba lo mismo de mí a los treinta... (Por Dios... ¿Qué hago yo acá?)

 

¡Espléndida edad!

 

Porque exijo lo justo, porque armo mi juego,

porque no me contento con ser veterana

de guerras pasadas, de guerras ganadas,

de guerras perdidas: quedarme con las ganas...


¡Yo quiero ir por mas! A mi espléndida edad,

yo no me contento con estar en Facebook,

ser madre y esposa abnegada,

tía y, en cualquier momento, al paso que vamos, también abuela...

 

Muy lindo todo eso. ¡Yo vengo primero!

Y no cerré el libro de todos mis sueños:

a mí se me hace que estoy en el prólogo

o -como dicen ahora- que todo es precuela.

 

Y veo - y no compro - en revistas baratas

que fulana de tal espléndida está,

silueta de avispa, la panza, una tabla,

un novio de treinta, las tetas infladas.

 

Ni una sola arruga - qué feo que es eso...

 Se borran las marcas de ciclos vividos,

 se inflan con botox, se fingen los gestos,

se pierden los mapas de lo bien habido.

 

Ni siquiera la juzgo a la infeliz fulana,

sólo siento lástima: la vida es tan corta

para, en un quirófano, ir a empeñarla.

 Prefiero los dientes con color a dientes.

 

Y ahora te cuento sobre mi exorcismo 

para este demonio de quedar varada 

en la irrealidad de lucir de veinte

que a nadie jamás favorece:

 

silenciosamente, y de madrugada,

celebro mi vientre, mis pechos caídos,

mi frente marcada, las manchas del sol,

las várices y estrías de mis embarazos.


¡Qué suerte la mía!


Celebro sobrinos, hijos florecidos,

celebro ese cielo de mis caminatas,

celebro los treinta que quiero cumplir de empleada

para jubilarme y viajarme la vida,

 

criar orquídeas, construir un estanque,

contemplar amaneceres desde mi ventana,

desterrar al despertador 

y tomar el desayuno siempre en la cama.

 

Y con ese sencillo pase de magia

yo me siento espléndida hoy...

¿Qué importa mañana?

Mañana, ¿Quién sabe? Tal vez ya no estoy...







A boca de jarro

viernes, 27 de mayo de 2011

Los Indignados: Aporte tomado de "Bienvenida seas, indignación" por Segio Sinay.

                                                                       

  Me gustaría difundir este valioso aporte de Sergio Sinay que copié desde su sitio http://www.sergiosinay.com, porque yo comparto este sentimiento, y lo siento con respecto a muchos aspectos similares a los que indignan con justa razón a los españoles, en cuanto a mi realidad en la Argentina de hoy.
Estoy con esos españoles con el corazón, porque de España vinieron también indignados y hastiados mis ancestros, quienes  la añoraron por siempre. 


Quiero una España justa y digna, y quiero una Argentina justa y digna. 
¡Comparto y me hermano en la indignación!



     Por la memoria de mis abuelos españoles.



Bienvenida seas, indignación por Sergio Sinay



Confieso que me encanta el nombre conque se bautizaron. Indignados. En tiempos en que predominan otras actitudes, como la indiferencia, la comodidad, el egoísmo, el ventajismo, el utilitarismo, la irresponsabilidad, la hipocresía, la impiedad, qué buena, qué oportuna, qué saludable y qué necesaria es esta resurrección de la indignación encarnada, para empezar, por los españoles. En apenas 35 páginas de un libro pequeño, potente y estimulante, Stéphane Hessel escribe: “miren a su alrededor, encontrarán los hechos que justifiquen su indignación. Encontrarán las situaciones concretas que los llevarán a emprender una acción ciudadana fuerte. ¡Busquen y encontrarán!”. El libro se titula ¡Indignate! y su autor tiene 93 años. Escribe con vigor, con sólidas razones, con una sangre caliente que contrasta con la fría horchata del conformismo que gotea en las venas de tanta gente más joven. Pero ahí están los indignados, de pie, como si hubieran oído a Hessel. Cada tanto en la historia es necesario y urgente desempolvar la indignación. Sobran los motivos. El hambre, la corrupción, los crímenes en nombre de la libertad, el salvataje de los poderosos, los Obama, los Bush, los Blair, los Strauss Kahan, nuestros propios especímenes de ese mismo tipo, los que escriben cartas abiertas desde la genuflexa cercanía del poder inescrupuloso, las manipulaciones mediáticas, el desprecio por la ley, el olvido de deberes elementales, la codicia, la voracidad consumista. Ante todo eso y más, qué buena noticia los indignados. Cada tanto, en la historia, la indignación truena, y no en vano. Nunca es en vano, aunque los ansiosos puedan creer que sí.
La indignación no es mera protesta, no es simple enojo, no es un pasajero malestar. Es más profunda, más sólida. Truena. Es el anuncio de un límite, de que algo se ha colmado. Surge ante lo injusto, ante lo inmoral, ante lo aberrante. Es una fuerza divina (con ella hablaban los dioses del Olimpo). Y produce cambios, devuelve memoria, restaura equilibrios. La sintió Moisés cuando vio a su pueblo adorando el vellocino de oro. Y tronó. Anuncia siempre el final de algo. Bienvenida indignación. Era hora.



¡A boca de jarro!       

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