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sábado, 20 de febrero de 2021

El muro de mis lamentos



"Milonga del moro judío", Jorge Drexler


"Por cada muro un lamento
En Jerusalén la dorada
Y mil vidas malgastadas
Por cada mandamiento
Yo soy polvo de tu viento
Y aunque sangro de tu herida
Y cada piedra querida
Guarda mi amor más profundo
No hay una piedra en el mundo
Que valga lo que una vida

Yo soy un moro judío
Que vive con los cristianos
No sé que dios es el mío
Ni cuales son mis hermanos

No hay muerto que no me duela
No hay un bando ganador
No hay nada más que dolor
Y otra vida que se vuela
La guerra es muy mala escuela
No importa el disfraz que viste
Perdonen que no me aliste
Bajo ninguna bandera
Vale más cualquier quimera
Que un trozo de tela triste

Yo soy un moro judío
Que vive con los cristianos
No sé que dios es el mío
Ni cuales son mis hermanos

Y a nadie le dí permiso
Para matar en mi nombre
Un hombre no es más que un hombre
Y si hay dios, así lo quiso
El mismo suelo que piso
Seguirá, yo me habré ido
Rumbo también del olvido
No hay doctrina que no vaya
Y no hay pueblo que no se haya creido el pueblo elegido"


A boca de jarro

domingo, 10 de marzo de 2013

Reverberancias del hijo pródigo: el regreso


Rembrandt, "El regreso del hijo pródigo"


 Se ve en la política de hoy y de antaño, se ve en la Iglesia en vísperas de un nuevo Cónclave, se ve en las grandes obras de la literatura y del cine que recrean la realidad, se ve también, aunque cueste más percibirlo con claridad, en el devenir de nuestras vidas, la necesidad y la búsqueda constante que tenemos aquellos que nos consideramos adultos de una fuerte figura paternante que nos brinde una sensación de protección y respaldo.

  Es interesante siempre analizar fenómenos como el de Hugo Chávez, cuya muerte parece dejar huérfanos a millones de venezolanos que lo despiden con lágrimas, a pesar de todo lo que envuelve y significa un "padre" como Chávez, y aunque un sentir como este no resulte históricamente novedoso. Sucedió en Europa con figuras de poder que generan hasta hoy tanto controversia y repudio como adhesión y fanatismo: Franco, Mussolini, Hitler, Stalin, Lenin, e inclusive, sin ir tan atrás en la historia, en la actualidad la figura, ahora vacante, del Papa. Sucedió en China con Mao. Es curioso que algunos insistan en que es el fervor del pueblo latinoamericano el que erige estos "padres" o "madres" idolatrados, como Perón y Evita en la Argentina o el Che Guevara, para venerarlos y adorarlos u odiarlos y denostarlos. Me inclinaría a pensar que se trata de un fenómeno humano universal no sólo de masas, sino también individual. Lo hacemos con ídolos deportivos, como Pelé, Maradona o Messi, con estrellas del espectáculo, como Elvis, Lennon o Bob Marley, y hasta con figuras destacadas de la cultura, tal vez en distintos grados. Y lo hacemos en el anonimato de nuestra cotidianeidad, siendo causa de equilibrio emocional o de un sentido de desorientación vital y profunda carencia afectiva cuando reclamamos más de lo que agradecemos de esas figuras que tenemos como padres, físicamente presentes o no.

  No hay historias más ricas que aquellas en las que se nos presenta la trama de la relación paterno-filial. Siempre podemos identificarnos con ellas, de un modo u otro, por similitud o franco contraste, aunque de la nuestra no conozcamos el desenlace. Justamente hoy se leyó en los templos Católicos de todo el mundo la bellísima parábola del hijo pródigo. Pródigo es aquel que abandona a los de su sangre, malgasta su dinero descuidadamente, para luego regresar convertido en una persona mejor gracias a haber extraviado el camino del bien propio. Y tiene mucho que ver el padre en este crecimiento que hace del hijo a un hombre que ya no depende de la aprobación de la figura paterna que muchos seguimos procurando toda la vida. Por eso, esta es la historia de un hijo, pero su padre juega un rol central en su desarrollo. El vínculo resulta crucial en el devenir adulto del joven. Y aunque Bíblica, no se trata de una historia moralista ni maniqueísta o en la que se ilustre el ejercicio de una firme autoridad por parte del padre. Muy por el contrario, en esta parábola, se nos presenta a un descarriado hijo menor que le pide a su padre la parte de la herencia que le corresponde para irse de la casa paterna a una tierra lejana a malgastar el dinero recibido en una vida licenciosa, dejando así vacante su puesto de trabajo junto a su padre y su hermano mayor. Pronto se le acaba el dinero y se encuentra en la necesidad de procurárselo, por lo que termina trabajando para un hombre insensible que le ordena alimentar a sus cerdos, de quienes llega a envidiar el alimento que toman. Es entonces cuando cae en la cuenta de lo que ha perdido y lo añora. Así es que decide volver. Su padre, que no había dicho nada cuando lo vio partir, sino que habilitó los medios para su viaje iniciático de crecimiento personal, tampoco le reprocha nada al verlo volver a la distancia. Se llena de alegría por el retorno de su hijo, que, según el texto de Lucas, estaba perdido y ha sido encontrado, muerto y ha vuelto a la vida, y manda a sus sirvientes a organizar una fiesta para celebrar el regreso.

  Se nos explica que es una historia de conversión. Y más allá de toda su implicancia espiritual para quienes somos creyentes, la conversión es el hecho que todo ser necesita transitar para crecer, y esto sucede cuando nos convertimos en nuestros propios padres, capaces de pararnos frente a los desafíos y cambios vitales sin el amparo de aquellos que nos dieron la vida, pero haciendo uso de lo bueno y nutricio que nos han legado. Sucede cuando dejamos de reclamar como niños lo que creemos que merecíamos o merecemos y por fin nos animamos a vivir con lo que nos ha sido dado, pero más fundamentalmente, con lo que hemos conseguido y construido por nuestros propios medios, por el hecho de ser quienes somos y cuando en definitiva aprendemos a valorarnos más allá de la valoración que otros hagan de nosotros, sobre todo, nuestros padres. Es entonces cuando se produce el prodigio de la conversión más sanadora que existe, como la encarnaron Gandhi o Mandela, para dar tan sólo un par de ejemplos. De todos modos, sin ese alejamiento previo de "la casa paterna", que puede implicar equivocar el camino, sin esa confrontación o cuestionamiento con lo que se espera de nosotros, a veces implícito, y sus consecuencias, sin llegar a aprender de nuestros propios errores y tomar las decisiones vitales que necesitamos tomar por cuenta propia, siempre dependeremos de una figura paternante que nos marque el rumbo.

  Escuchando hoy el relato pensaba que todos desesaríamos tener un padre como el de la parábola, aunque debe haber muy pocos. Y además son muy pocos los hijos capaces de tener la humildad de admitir que se han equivocado, de perdonarse por los errores cometidos y de valorar a padres para quienes valen simplemente por haberse encontrado a sí mismos, no como sus padres desean, sino en sus propios términos, y por el mero hecho de estar vivos y no por ser una continuación o "una versión mejorada" de sus propias vidas. Tal vez sea la inmadurez del género humano, la falta de buenos padres y de hijos capaces de madurar para convertire en sus propios padres ante esta carencia, lo que mejor explique los fenómenos de líderes paternalistas como los que estamos viendo hacer historia por estos días y las búsquedas y desencuentros de nuestras propias historias vinculares que tan profundamente nos marcan. Es claro que necesitamos evolucionar mucho más como especie y como individuos para merecer "padres" que no abusen de su autoridad y no interfieran con nuestro crecimiento personal.

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