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miércoles, 10 de febrero de 2021

La hora y el día

 



Es la hora y el día de huir: 

choco una vez más contra el tácito acuerdo,

 hijo del silencio y

una fría distancia

de ese terminal no-nunca-decidir,

y tengo que elegir preservarme a mí.

 Rebalsan mis aguas, 

se quiebra mi vara, 

mi amor, pisoteado,

me escupe en la cara, 

y bajo mentiras que tiñen de blancas

me exijo y me exigen poner la otra mejilla

y así me avasallan.



¡Qué vergüenza, qué asco!

Tabú desnudado,

violado pudor 

sin un corazón, 

sin el dulce eco de la empatía. 

Este es el oprobio de

la negra sombra

que yace en la cama, 

que se desmorona en esta agonía,

¡La cama, la cama!

 Génesis develada indebidamente a puertas abiertas

y penoso origen del ruidoso fin

tras persianas bajas en casa tomada.


"¡Qué tragedia griega!" - pienso, y me lo callo, -

"O, más bien diría, y mal que les pese,

 ya que la de Shakespeare también es mi lengua, 

debería nombrarla , con todo derecho, Shakesperiana:

Otelo y Yago, Emilia y Desdémona.

¿Quién toma la daga,

quién sale primero de lúgubre escena,

quién desencadena con acción letal el final cantado,

quién es el que expía hoy y aquí sus culpas,

quiénes se redimen y quiénes se condenan?

¿Dónde nos paramos héroes y villanos 

sobre este escenario sin grises matices

montado en la cama hecha pedestal?"


¡Qué horror y qué espanto!

Boca seca, arritmia, angustia,

temblor, temblor en el alma, 

temblor en las manos,

sed voraz de luz, de vida, por años, por siglos, enclaustrada,

cual loba feroz

defiendo a mi cría.

 Me invade la ira, 

la angustia que angosta tanto mi garganta,

toda mi impotencia y mi rebeldía ante las injusticia.

Y pierdo los pies y pierdo las piernas y pierdo las fuerzas:

"fight or flight", qué espanto, dilema moral,

trágica urgencia la de este final.


- "¿Vos me entendés?"

- "¿Vos me escuchás?"

Es claro que hablamos dos lenguas distintas...

Entiendo con pena:

 la razón paterna

vuelve a desoír a mi corazón de hija porque enloqueció, 

pero... me lo callo,

aunque gritaría descalza en contra del viento.

Escucho los truenos de este desamparo, que me huele eterno y me sabe amargo,

la voz ominosa de un rey sin corona,

 despojado ya de toda emoción,

ardiendo en su reino heredado 

de falta de abrazos, de falta de ojos.


 Te miro a los ojos

y veo en ellos a un frío reloj, un reloj vacío como el de la estación,

fútil, mecánica obsesión terrenal la tuya

de pesar al tiempo

medirlo, contarlo, de hasta mezquinarlo,

 pero sin vivirlo, pero sin parirlo,

pero sin gozarlo, pero sin morirlo;

obsesión que deshonra Vida y que deshonra Muerte, 

nosotras, tus hijas, celadas y celosas hembras

somos prisioneras, cómplices del acto final.

Telón, telón, fúnebre telón

y el pañuelo oculto que me hace dudar

al catártico instante de este gran final.


Le robo un segundo al mudo reloj,

tan sólo memento en mi sana mística de este ir fluyendo con este momento,

un reloj usado como un instrumento 

para perpetuar reinos: el del dominio,

el de la posesión, el de lo material, reino del control 

del hondo misterio que nunca está en nuestras manos poder controlar...

Conecto con este sentirme

abusada de siempre, violentada en mi eje,

 que, ya sé, no es centro, eso ya lo entiendo,

aunque es lo que soy para mí, entendelo vos, lo que en vano ofrezco,

soy pura emoción, un último intento de dar salvación, 

de dejar descansar de tanto latir a ese corazón

y así escapar las dos de la cárcel del tiempo que dicta el reloj. 


Registro, conecto, 

busco a esos ojos que ya nunca encuentro,

que se caen al suelo desde la penumbra;

la luz que me inunda, 

que quema, que arrasa.

Me voy a parar justo frente a ese reloj,

me freno un momento en tanta emoción, y pienso

y llamo en busca del conocimiento,

que desaprendí en falta, 

busco la palabra docta para que defina, pero otra vez tiemblo...

Un diálogo interno, un aside tan mío,

-Yo no estoy para eso, no puedo, no debo, yo soy enfermera de almas, 

ni más, ni menos, pero aquí eso no basta.


Encendida entonces y frente al reloj,

oscuro castillo de la crispación, del reino del "NO",

de todo lo tanto que yo nunca entiendo,

elijo otra vez observar el respeto que, temo, yo ya te perdí, 

-¿O será el miedo, viejo compañero? Quizás... No lo sé... ¿Qué sé yo al final...? 

Si es miedo otra vez, esta vez lo enfrento. Yo puedo. ¡Me puedo!"

Poder aceptar el parental mandato de siempre regresar,

me digo en silencio, aunque lloro y tiemblo: 

-"Está bien. Me basta a mí con solo volver, 

tal vez una última vez, ¡Qué dolor! ¡Qué horror!

¡Una epifanía tan clara, tan honda, justo, justo ahora! 

¿Es ésta la hora y es hoy el día 

en que llego así a descubrir yo para qué nací?"


¡Sí! Es ésta la hora y es hoy el día 

en que yo elijo escucharme a mí, 

a mi bella voz, 

toda empoderada de su alegre son,

y vuelvo al adentro del reino de sombras

firme y temblorosa para mi misión 

de intentar salvarte y salvarme a mí:

otra vez de tantas, la última vez.

El irme a esa hora 

de ese día, antes de tu muerte, la que velé en vida, 

salvó mi hoy, mi hora, mi día, 

mi yo, todo lo que tengo y todo lo que soy,

mi vida y tu Vida.


Y hoy, que es todo lo que entiendo y siento que todos tenemos,

desde el doloroso duelo de soltar amarras,

  las anclas seguras y férreas que son familiares,

de obediencia debida tan mal aprendida, o mal enseñada,

encuentro en la Luz a mi mejor voz, la encuentro en el agua, en el fuego 

y también la encuentro en tu propio viento,

 una voz que sopla con el amor puro de la aceptación,

sin gritos ni insultos, sin ningún reclamo.

Y me digo entonces: - Yo con mi unción de urgencia 

del día y la hora, los de de tu partida, 

sin ser sacerdote y sin ser profeta, mucho menos reina,

tan solo una sierva colmada de Luz amorosa,

sintiéndome aún una vil cobarde, traidora, una presa en fuga, un Pedro,


yo, por fin, me digo, ahora a viva voz, 

a boca de jarro

- perdón, pero es como sale -,

que fui yo al final quien te dio la Vida,

y que renací; que yo, a la misma hora de ese mismo día, me parí a mí misma,

te hice yo mi hija y me hice madre de mi propio ser,

de luces y sombras.

Y a vos que nunca pudiste 

 huir así en la vida 

para salvarte vos 

y salvarme a mí,

yo hoy a vos te cubro con el  manto lila de la compasión y de la gratitud. 

¡Salvación, perdón, liberación, redención!



La hora y el día de tu santa unción,

la que yo te di a la hora y el día de tu santa muerte, 

fue la hora y el día en que yo nací 

a la vida que hoy 

elijo para mí.



A boca de jarro

domingo, 1 de mayo de 2016

El monje



   Yo leía sus libros con devoción, creyendo en el poder sanador de sus palabras en los tiempos en los que no me sentía sana sino en falta. Acepté el amable convite a sus charlas sin darle demasiadas vueltas al asunto, por esa reverencia con la que lo nombraba y lo citaba en ese pasado que le cedió el paso al cotidiano y pedestre transcurrir de este presente sin demasiadas preguntas ni respuestas.

El enorme salón estaba muy bien dispuesto y se había montado una cabina de interpretación simultánea. Ya a la entrada del recinto, de techos altos y detalles neoclásicos, se exhibían sobre stands de venta muchos de sus libros traducidos. No me sorprendió el estricto control que se realizaba sobre los talones de entradas pagas. Silencié mis eternas objeciones al comercio y me dispuse simplemente a escucharlo, a reparar en el color de su voz, que aún no conocía, para ver qué me decía. Sólo encontré ubicación en una fila de butacas alejada del escenario. Todos los otros sitios estaban tomados o reservados. Reverberaron los flashes de cámaras y teléfonos celulares cuando al fin hizo su entrada, anunciada por un cerrado aplauso. 

Su estampa de gurú espiritual sigue intacta a pesar de sus largos años: casi dos metros de altura, una larga melena realzada en su blancura por una tupida barba y una sonrisa luminosa que contrasta con la negrura de su túnica. En persona impactan también sus pequeños y vivaces ojos negros, de inusitada picardía en la mirada. Su mirada y su voz transmiten la alegría de quien vive en el presente. 

La primer parte de la charla, de hora y media, se basó en un repaso de los miedos y las angustias más comunes de nuestro tiempo. No volaba ni una mosca, y las cabezas iban tenísticamente de la cara del monje recién desembarcado en Buenos Aires al perfil de la intérprete, enfundada en el halo de luz que le daba el led dentro de su sombrío bunker. Se nos propuso una pausa para seguir comprando libros y se dejó abierta la posibilidad de hacerle llegar nuestras preguntas en forma escrita. Hubo un revuelo de inquietud y entusiasmo entre las mujeres que copaban las primeras filas, y mucho de los asistentes se pusieron a trabajar para lucirse. Yo elegí conscientemente irme a dar una vuelta para despejarme de tanta mojigata con fondo de pantalla místico y para pasear al cinismo con el que había venido. Es increíble lo que se puede llegar a dilucidar en tan sólo una vuelta manzana a puro silencio con uno mismo.

Regresé a los quince minutos, sin esperar mayor sorpresa en lo que quedaba de conferencia. Esta vez me había propuesto no apuntar ni una sola palabra. La primer pregunta fue grandilocuente:

- ¿Cuál es el sentido de la vida?

El monje miró hacia abajo, tomó aire y dijo:

- El sentido de la vida es vivirla. No hay demasiado misterio ni grandiosidad al respecto. 

En pocas palabras, el monje había llegado a ese lugar al que yo he llegado luego de años enteros de búsqueda frenética: a ese lugar sagrado de la vida donde habita la simpleza, donde ya no hay palabras que expliquen las certezas. Me puse de pie, junté las manos en signo de reverencia, me abrí paso entre el rebaño y me fui sin miedo por mi nuevo camino a seguir viviendo.


A boca de jarro

lunes, 18 de mayo de 2015

Kintsukoroi

Vincent Van Gogh, El puente Ōhashi a Atake bajo una lluvia repentina, (1857)

Hoy aprendí que los japoneses creen que cuando un objeto ha sufrido un daño y tiene una historia se vuelve más hermoso. Por eso se reparan objetos rellenando sus grietas con oro, platino y plata. A este trabajo se lo conoce como Kintsukoroi, y constituye el arte japonés de arreglar fracturas de la cerámica con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. Forma parte de una filosofía que plantea que las roturas y sus respectivas reparaciones hacen a la historia de un objeto, como si se tratara de su biografía o, por extensión, de la nuestra, y deben mostrarse esas imperfecciones acumuladas a través del paso del tiempo, en lugar de ocultarse, deben incorporarse, y además, hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación.

Fue Heráclito de Éfeso, conocido también como "El Oscuro de Éfeso", filósofo griego presocrático, quien nos enseñó a los occidentales claramente que el fundamento de todo aquello que nos circunda está en el cambio incesante, que las entidades devenimos y todo se transforma en un continuo proceso de nacimiento y destrucción al cual nada escapa. Todo este fluir está pautado por la ley de Logos que rige al mundo y que nos habla, aunque la gran mayoría de nosotros no sepamos o deseemos escuchar su voz ni hablar su misma lengua. Para Heráclito, lo sabio es "uno y una sola cosa". Quizás el fragmento más conocido de su obra es el que reza:


ποταμοῖς τοῖς αὐτοῖς ἐμβαίνομεν τε καὶ οὐκ ἐμβαίνομεν, εἶμεν τε καὶ οὐκ εἶμεν τε.
En los mismos ríos entramos y no entramos, 
pues somos y no somos los mismos.

El cambio y las imperfecciones son parte intrínseca de la naturaleza que nos circunda y de la nuestra. La postura más sabia y sana, se me ocurre, reside en asumirlos, aunque se dice más fácil de lo que se hace. Las grietas, las roturas, las heridas del cuerpo y del alma humana también son prueba irrebatible del buen combate de la vida, de nuestra imperfección y fragilidad, pero ante todo, dan crédito fehaciente de nuestra capacidad de resiliencia, de esa obstinación tan admirablemente humana de levantarnos luego de las caídas, de recuperarnos de los golpes recibidos, de capear los temporales y así salir de ellos fortalecidos y renovados.

"El nombre del arco es vida; su función es dar muerte."
Heráclito de Éfeso


A boca de jarro

viernes, 2 de noviembre de 2012

Elogio de la sombra




"El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla."
(...)
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
(...)
Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy."

                                                 Fragmento de "Elogio a la sombra" de Jorge Luis Borges


"Había una vez un hombre a quien ver su propia sombra lo contrariaba tanto y era tan infeliz de sus propios pasos que decidió dejarlos atrás. Se dijo a sí mismo: simplemente me alejo de ellos. De tal modo que se levantó y se fue. Pero cada vez que apoyaba un pie y daba un paso, su sombra fácilmente lo seguía. Entonces se dijo: " Debo caminar más rápido". Caminó hasta caer muerto. Si simplemente hubiera caminado hacia la sombra de un árbol, él se habría deshecho de su sombra, y si se hubiera sentado, no habría habido más pasos. Pero no se le ocurrió." 

                                                   De Tschuang Tsé, contado por Anselm Grün.

"Pero hay un misterio que no comprendo: Sin ese impulso de otredad -diría incluso que de maldad- sin esa  terrible  energía  que  se  oculta  detrás de  la  salud, la sensatez  y  el  sentido,  nada   funciona  ni  puede   funcionar. Te digo que la bondad -lo que nuestro Yo vigílico cotidiano denomina bondad- lo normal, lo decente, no son nada sin ese poder oculto que mana ininterrumpidamente de nuestro lado más sombrío."          
                                                        Doris Lessing

" Yo creo que la sombra del hombre radica en su propia vanidad."  
                                                        Friedrich Nietzsche


"Esta cosa oscura que reconozco mía."   
                                                                   William Shakespeare.
                                                                                                     

"¿Cómo puede haber tanta maldad en el mundo? Conociendo a la humanidad lo que me asombra es que no haya   más.   Woody Allen, "Hannah y sus hermanas"



Yo te agradezco, sombra mía, porque le das corporeidad a mi luz.

Gracias a la oscuridad que traés a mi mundo una y otra vez, siempre me das la oportunidad de encender una luz para hacerte desaparecer por un rato y conocerme en profundidad. Sos parte de mi territorio y fui yo quien te desterró a las tinieblas.

Gracias al miedo que generás en mí, hacés que saque fuerza, valor y coraje de un rincón de mi alma al que de otro modo no tendría acceso. Ni siquiera sabría de su abundante y generosa existencia.

Me obligás a descender a mis propios abismos para verte cara a cara, a tocar fondo. Es allí donde me encuentro forzada a bucear en las causas de tu existencia y se me hace claro que siempre están allí, en las profundidades de mi ser, no afuera. Allí me encuentro con cicatrices de vergüenza, celos, ira, inseguridad, temor, necesidades desoídas, emprendimientos inconclusos, sueños frustrados, la niña herida. Y es en ese preciso instante cuando descubro la manera de hacer pie para no hundirme en tus tinieblas y salir a flote, para descubrir que no sos más que la contracara de mi luminosidad, y que hay mucho que puedo hacer con aquello que yace en el fondo de mi esencia y te alimenta.


Lo primordial ya está hecho: fue registrado. Te vi a los ojos sin parpadear y no huí despavorida. Simplemente soporté tu frío aliento en mi cara, te dejé ser, acepté tu presencia y me asumí tal cual soy. Por eso te agradezco la irrupción en mi vida de tanto en tanto.


A boca de jarro

domingo, 8 de abril de 2012

Vivencia de Pascua



"Se como el grano de trigo que cae en tierra y desaparece,
       y aunque te duela la muerte de hoy, mira la vida que crece."
                                                       Cántico de Misa.

Mi fe solía ser mucho más fuerte, menos miedosa, más ardiente. Estoy segura de que desde la cruz Él me entiende. A menudo transitamos por el desierto. Habrá que darle tiempo al tiempo.

De todos modos, para estas fechas me acerco al templo, participo de algunos ritos que me colman de paz y me invitan a la autoindagación. Además, este año me sirvió para conectarme más de cerca con la realidad que estamos viviendo como sociedad.

Había gente de distintas condiciones sociales allí rezando fervorosamente. Gente por las calles camino a la iglesia revolviendo la basura en busca de alimento o lo que sea. En la entrada al templo, escuché de refilón una conversación entre un cura muy carismático y una familia que le solicitaba la bendición especial, "Esa que Usted hace con los óleos", para un familiar de quien le dieron el nombre. El sacerdote los miró a los ojos, apoyó su mano sobre el hombro del hombre, y le dijo:

Amigo, ésto no es magia.

Más que nunca me parece que estamos ávidos de magia, esa magia que vamos a buscar equivocada pero humanamente a la iglesia para estas fechas. Estamos huérfanos de la mirada de quienes deberían pastorearnos, huérfanos de pastores.

Pero más allá del duro panorama que se nos presenta como país y como mundo, la vivencia de estos días es propicia para retrotraernos a nuestro paso por aquí hasta el hoy. Pascua es "paso", y la entiendo desde la fe y mi concepción de la vida como la compleción del ciclo Vida/Muerte/Vida en el que creo sin poder encontrarle explicación racional.

El Vía Crucis que pasó por la puerta de casa es parecido al balance que muchos hacemos a cierta altura de la vida adulta si nos hemos asumido como adultos concientemente. Miramos las estaciones de nuestra vida, las caídas, los logros, los errores, las traiciones, los tramos difíciles bien llevados, los sueños que se concretaron y los que quedaron pendientes, lo que podemos transformar por nuestro bien o lo que tenemos que soportar de nosotros mismos, y cargamos con todo ello tomando la decisión psíquica y espiritual de aceptar toda nuestra historia y asumir que cada parada nos hace nuevos, que no somos ni nunca seremos quienes proyectábamos ser a los veinte años ni el año pasado, pero aquí estamos, vivos. Hemos muerto varias muertes y nacido a una nueva vida cada vez hasta llegar aquí, y sobrevivmos si elegimos no estancarnos en la amargura y el desencanto, sino conectado con la vida a pesar y más allá de todo, sabiendo que lo que nos espera al final abre la puerta a la trascendencia, no en grande, sino de la que hemos sembrado con las pequeñas semillas que plantamos en tierra día a día.

Las estaciones de nuestro vía crucis vital pueden ser hitos, heridas que cicatrizan lentamente, bendiciones. Marcan un camino de crecimiento, de ascensión hasta alcanzar al ser que hoy somos. Son momentos transformativos y purificantes que implican un paso evolutivo en nuestro crecimiento personal. Ojalá nos demos un tiempo en medio de este mundo tan convulsionado para la introspección y el hallazgo del significado de nuestro paso por la vida y la huella que va dejando.

Les deseo una Pascua así.


A boca de jarro

viernes, 23 de diciembre de 2011

Paz a los hombres

"Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
(Lucas 2, 14).


La paz en la tierra es el deseo primordial de la Navidad y el tema central de los sermones y la liturgia navideña. Va por extensión impresa en todas las tarjetas y mensajes saludatorios que recibimos y ofrendamos en estos días. Pasa con este texto bíblico, como con casi todos los grandes textos, que su traducción, luego de haber pasado por el griego y el latín, es muy controvertida. Eso que la traducción oficial llama la buena voluntad, en el texto original griego se denomina  eudokía
Luego de haber andado hurgando un poco en la etimología del vocablo,  aparentemente el mensaje de "buena voluntad" que ha llegado a nosotros no se refiere a algo asequible para los seres humanos, no depende de nuestra buena voluntad alcanzar esta paz que nos deseamos unos a otros, sino que es la buena mirada, el buen parecer, entendimiento, opinión, en definitiva, la complacencia de la divinidad con nuestra imperfecta humanidad la que nos brinda paz. La cita quedaría traducida como "... paz... a los hombres en los que se complace el Señor ", que en verdad somos todos, independientemente de nuestra voluntad. Parece que la buena voluntad es cosa divina, es a Dios a quien le caemos bien a pesar de todo, y es ese el mensaje que se nos transmite y que, por ende, compartimos con alegría: el ser aceptados tal cual somos. En definitiva, es lo mismo que esperamos de pequeños de quienes nos rodean, sobre todo, de nuestros padres: amor incondicional.
 

La paz en la tierra entendida como ausencia de conflicto, de guerras, es seguramente una utopía, aunque todos los iluminados y los textos sagrados de todos los credos pregonan la paz. ¿Cuál es entonces la paz que se nos desea o se nos augura? Pues justamente, la que emana de la aceptación profunda de nuestro propio ser sin cuestionamientos de ninguna índole. Es la paz que proviene de ponerle fin a las batallas que se dirimen en nuestro interior: nada fácil, por cierto.
   


"Mira en tu interior y siéntete en paz;
libre de temores y ataduras
conoce el dulce gozo del camino..."
BUDA

Creo que la paz así entendida es difícil de conquistar, aunque primordial, y, de ser alcanzable, traería como consecuencia natural la paz del mundo como los idealistas la han envisionado. Por eso creo que es la más compleja de todos los tipos de paz, tan compleja como nosotros mismos, y depende de nuestra propia aceptación de quienes somos en esencia. Se trata de estar en paz con nosotros mismos, ni más ni menos.

Estamos lejos de eso en general. Andamos buscando recetas, fórmulas, técnicas, terapias, gurúes, filosofías e inclusive lugares que conduzcan al hallazgo de la paz interior, pero me temo que todo intento por conseguir lograr la paz interna desde afuera no nos dará ninguna paz. Al contrario, entraremos en una lucha fútil y desesperanzadora por alcanzar un estado que no proviene de quienes somos en espíritu y en verdad. Condicionamos una experiencia que debería emanar de las profundidades de nuestro ser en su eje a un número de rituales que nos imponemos. Inclusive, hay teorías genetistas tan radicales que sostienen que hasta lo que entendemos por espiritualidad, armonía vital y felicidad, lo que entendemos por "paz" estaría determinado por nuestros genes. De ser así, esta paz que nos deseamos sin pensar ni profundizar demasiado dependería de lo que nos ha sido dado o negado por la naturaleza, y no hay Dios que valga entonces.


Sin llegar a tal extremo determinista, la aceptación de nosotros mismos sería lo que generaría paz en nuestro interior y, por extensión, paz con los demás, con la vida y con el mundo. Aceptarse a uno mismo lo entiendo como una actitud frente a la vida que implica estar atentos a lo que sucede en nuestro fuero interno, hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestra biografía intentando ser singulares y encontrando un propósito a nuestra vida cotidiana que no tiene por qué ser grandilocuente. Es una búsqueda constante de significado trascendente, una autoindagación permanente que da como resultado una transformación de nuestro ser en persona.

Siempre se nos insta a dominar la mente y a nuestra emocionalidad primaria para entrar en contacto con nuestro núcleo. Y en el esfuerzo por dominar, por reprimir lo más primitivo en nosotros, lo que es considerado culturalmente como tóxico o indeseable, o religiosamente como pecaminoso o vergonzante, entramos en guerra con nuestra naturaleza y no logramos aceptarnos.
                                                     
La guerra, la discordia y la agitación en el exterior son productos de todos esos estados en nuestro interior. Lo destructivo del afuera es una ampliación de nuestra realidad individual. El primer paso hacia la aceptación que trae la paz es una mirada honesta sobre nuestras luces y sombras, una mirada integradora y amorosa, complaciente, como la que se nos anuncia desde el Evangelio en este tiempo de parte de un Dios que es pura misericordia. Una mirada que se amigue con esas zonas que nos resultan un tanto oscuras. La observación que proponen muchos maestros espirituales me parece un buen modo de empezar a andar un camino que llevará seguramente toda una vida, y que tendrá muchos altibajos.


Parafraseamos al aforismo "Conócete a ti mismo", inscripto en la puerta del Oráculo de Delfos, recinto sagrado dedicado principalmente a Apolo, dios de la luz y la profecía, y nos nutrimos de la sabiduría de los griegos que allí acudían a consultar a sus dioses sobre cuestiones inquietantes, a ser sanados o inspirados, y a donde los gobernantes se acercaban para conocer los planes que el futuro había tramado para la humanidad, si decimos, en palabras de Krishnamurti:

"Si no se conocen a ustedes mismos, no habrá paz."

"Para poner fin a la guerra externa, deben empezar por poner fin a la guerra con ustedes mismos."



A boca de jarro

jueves, 25 de agosto de 2011

El cacique: un cuento

                                          
Dice un cuento popular que un viejo cacique de una tribu estaba de charla acerca de la vida con sus nietos, y les dijo: 

- Una gran lucha se está gestando en mi interior y es entre dos lobos.
Uno de los lobos es la maldad, el miedo, la angustia, la ira, la envidia, el dolor psicológico, el rencor, la avaricia, la  codicia, el orgullo, la mentira, la competitividad, la inferioridad, la culpa, el resentimiento y el egoísmo que me habitan.
El otro lobo es la bondad, la alegría, el amor, la esperanza, la serenidad, la humildad, la confianza, la generosidad, la benevolencia, la empatía, la compasión y la paz interior que también me habitan.
Esta misma pelea está ocurriendo dentro de ustedes, y dentro de todos los seres que habitan este planeta en todo momento...

Los niños reflexionaron unos minutos, y uno le preguntó al viejo cacique, su abuelo:

- Abuelo, cuéntanos: ¿cuál de los lobos gana la batalla?



Y el viejo cacique respondió simplemente: 

- El que tú alimentes.


                                                    

(Tomado y adaptado  de A quien corresponda, Mensajes y cuentos, Editorial Santa María, Buenos Aires, 2010.)


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