lunes, 27 de febrero de 2012

AUTONOMÍA

Hemos sido convocados a reunión de padres ante el inminente comienzo del ciclo lectivo, y la palabra que más resonó entre las paredes del salón escolar en boca de los docentes que nos dieron la bienvenida fue AUTONOMÍA. 

Los chicos, se nos dice, nuestros hijos de primaria, deben lograr alcanzar la AUTONOMÍA en cuestiones de gestión de su propia escolaridad.  Esta idea se ha transformado en el caballito de batalla de la pedagogía y psicología infantil de la última década, inclusive desde el jardín de infantes, al tiempo que las demandas académicas se han complejizado, asumiendo que estos niños pertenecen a una generación de superdotados veloces en la adquisición de saberes. Además, los tiempos se han acelerado en cuanto a los logros que se espera que alcancen y los plazos se han acotado. Todos usan y abusan del término, y me pregunto si se detienen a pensar en lo que verdaderamente significa y si esto es posible o siquiera deseable.

Según el diccionario de la Real Academia Española, AUTONOMÍA es la “condición de quien, para ciertas cosas, no depende de nadie”, y yo me pregunto si no se tratará de una noción relativa que proviene de idearios políticos y sociales de otras épocas en las que no entendíamos al mundo como una aldea dividida en bloques en la cual todos dependemos del equilibrio del resto. ¿Qué país del mundo hoy puede considerarse a si mismo AUTÓNOMO? ¿Acaso no vemos como todos necesitamos de créditos, préstamos, auxilios y salvatajes de otras naciones, que a su vez alguna vez habrán precisado lo mismo o lo harán?


Me entusiasmaría más que en tiempos de feroz individualismo se nos recibiera a los padres con la propuesta del acompañamiento de nuestros hijos en el crecimiento gradual y respetado, proponiéndonos presencia sin sobreprotección ni abandono, un difícil pero necesario equilibrio a lograr. Y percibir de los docentes que los guiarán en este tramo la convicción de que los van a instruir en la adquisición de hábitos contemplando la individualidad de cada chico y potenciando lo que traen de casa, acompañando pacientemente más que esperando que se las arreglen solos, que no dependan de ellos ni de nosotros ni de nadie.

No concibo a la infancia, ni siquiera a la adolescencia, como un período donde sea esperable o deseable la AUTONOMÍA. En verdad, no concibo siquiera mi vida adulta de manera totalmente autónoma: soy responsable de hacer y responder por muchas cosas, a veces demasiadas, sin un respaldo que en otros tiempos estaba más a mano porque había más manos en la masa familiar al servicio del cuidado de la casa y los hijos. Había más abuelas y abuelos dispuestos y cercanos, tías y tíos disponibles, redes de vecinos con quien al menos se podía conversar, la calle y la escuela eran lugares donde no faltaba mirada, registro y control como suele suceder hoy. Creerme AUTÓNOMA sería asumirme como superpoderosa, y esto no sería ni realista ni saludable. Dependo de los demás de muchas formas, y eso no menoscaba mi adultez para encarar la vida.


Siento que se emplea la palabra AUTONOMÍA con ciertas connotaciones sospechosas: tal vez se espera que los chicos sean autómatas, autodidactas, autosuficientes, autores de sí mismos, con autodominio y hasta con cierto grado de autoridad. Y habría que cuestionarse si todo esto que esperamos que nuestros chicos alcancen cada vez más tempranamente en su desarrollo no es producto de nuestra propia tendencia a eludir un compromiso más profundo en lo emocional y lo presencial por comodidad y por temor a ejercer nuestros roles adultos con toda la intensidad que se requiere.


Creo en una maternidad, una paternidad y una docencia que se complementen en escoltar el crecimiento de los niños impulsándolos amorosamente a que desarrollen recursos para enfrentar el aprendizaje y la vida, fomentando la AUTOESTIMA, ayudándolos a gestionar sus miedos y sus inseguridades para  transformarlos en AUTODETERMINACIÓN y AUTOSUPERACIÓN, iluminando para aprender a discriminar entre deseos y necesidades. Pero para eso sería menester que como padres, docentes y adultos que elegimos hacernos cargo de niños que dependen de nosotros por largo tiempo aprendiéramos nosotros primero a reconocer nuestras propias necesidades y a no confundirlas con nuestros deseos de AUTONOMÍA, deseos de desvincularnos de la responsabilidad que nos compete. En la medida en que toleremos la dependencia de los chicos seremos capaces de llegar a verlos alcanzar la AUTONOMÍA cuando sea el momento propicio, y a no confundirla con la supervivencia de quien tiene que arregrárselas solo cuando no está listo porque se encuentra huérfano de mirada, de presencia y de cuidados por parte de los adultos que se evaden del trabajo que demanda y desborda, pero que, insisto, hemos elegido como opción de vida.


Con esto de la AUTONOMÍA pasa como con todas las potencialidades. Si no habilitamos tiempo para que se desarrolle madurativamente en lugar de imponerla como meta inmediata, los resultados serán muy diferentes comparados con lo que se lograría si se respetara el proceso de crecer gradualmente que transita todo niño.


Deadlines (Plazos)


A boca de jarro

jueves, 23 de febrero de 2012

Nuestros tiempos


No voy a entrar en detalles sobre lo que pasó ayer. Ni tampoco voy a ahondar en por qué pasa. Todos lo sabemos. Todos lo vemos a diario. Muchos viajamos corriendo riesgos todos los días y estamos como curtidos, adormecidos, acostumbrados a andar como vacas camino al matadero en el transporte público en Buenos Aires. Ahí paro. Es necesario frenar para pensar en cómo vivimos y cómo morimos.

Se me vino a la cabeza una historia magistral de Graham Greene, "A Day Saved" ("Un día ganado") (1935), publicada en Twenty-One Stories (1954). Y cito, traduciendo como mejor salga, aclarando que la palabra "día" es una unidad de tiempo que bien podría ser reemplazada por hora, minuto o segundo....

"Yo te pregunto, ¿qué significa un día ganado para él o para ti? ¿Un día ganado a qué?, ¿para qué? En lugar de pasarte el día viajando, vas a ver a tu amigo un día antes, pero no te podrás quedar indefinidamente, viajarás a casa veinticuatro horas antes, eso es todo. (...) No podrás morir en la víspera. Entonces quizás te des cuenta de lo apresurado que fue de tu parte ahorrar un día, cuando descubras que no puedes escaparte de esas veinticuatro horas que has preservado tan cuidadosamente; las puedes patear hacia adelante una y otra vez, pero en algún momento deberás pasarlas, y entonces puedes llegar a desear haberlas pasado tan inocentemente como se las pasa en el tren..."

Viajamos muy mal en esta ciudad. Y vivimos muy mal. Vivimos corriendo desenfrenadamente contra el reloj desde que nos levantamos hasta que llegamos a casa. Es un apremio alienante y sin sentido que se cobra vidas de formas diversas y nos infecta a todos. Quienes lastimosamente, por causas de variada índole que todos conocemos de memoria y padecemos mansamente, perdieron sus vidas en este horripilante accidente ferroviario de ayer, viajaban en los primeros dos vagones, los más cargados siempre. Y lo veo todos los días, no me lo tienen que contar por televisión ahora que hubo otro accidente. Viajamos así  para bajarnos antes, en vagones que triplican su capacidad de albergar pasajeros, para escaparle en algo a la marea humana que se forma al descender la multitud de cada tren a la hora pico y así poder ganar tiempo, llegar unos minutos antes al trabajo y que no se haga tarde, para ahorrar tiempo....

Así viajamos en el ómnibus y manejamos nuestros automóviles y nuestras motos también, siempre apurados, a los bocinazos, ordenando que los de adelante avancen de una vez porque hay que ganar tiempo. Así vivimos y así morimos. Una verdadera lástima tener que vivir y morir tan impensadamente ante la absoluta negligencia de quienes deberían cuidarnos para que lleguemos a nuestros trabajos y de vuelta a casa cada jornada sanos y salvos.

"Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás"  (Gn. 3:19)

A boca de jarro

martes, 21 de febrero de 2012

Aquellas pequeñas cosas


Cuando se cierra o abre un ciclo, hay que hacer lugar. Se sabe que lo viejo deja una maroma de papeles y cositas que ya no tendrán mayor relevancia ni utilidad en el futuro, y sin embargo, por alguna razón que creo viene arraigada a tiempos más previsibles y lentos en el ritmo voraz del cambio que los nuestros, se tiende a guardar, a no dejar ir, a encarpetar y etiquetar, pensando que lo que se preserva puede llegar a ser de utilidad.

Hay un exceso en esta tendencia conocido en inglés como hoarding, palabra de difícil traducción. Se lo considera un trastorno psicológico por el cual la persona tiende a guardar obsesivamente objetos de manera compulsiva y excesiva, disminuyendo el espacio que necesita en su ámbito para moverse cómodamente. A veces se refiere a él como el Síndrome de Diógenes, aunque no se trata de la acumulación de basura, sino de objetos que hasta pueden nunca haberse estrenado.


El problema de acumulación puede llegar a niveles tales que quienes lo padecen no encuentran un rincón libre de pilas de trastos donde puedan hacer algo confortablemente en sus hogares u oficinas, como comer, estudiar, o simplemente dormir: no hay una mesa o escritorio libre en toda la casa ni lugar suficiente en la cama para acostarse. Esto genera problemas de relación con el entorno, sobre todo, con la pareja, quien hastiada, puede llegar a optar por marcharse por lo imposible que resulta todo intento de hacer entrar al hoarder en razones.

Conozco a un par de personas con este problema. Y estos días en los que hice limpieza, pensaba mientras me despojaba de cosas que guardé por años, si no existirá un nombre para denominar a la persona que se ubica en el extremo opuesto al hoarder, a quien fácilmente se desprende sin culpa de cosas que otros normalmente atesorarían de por vida, y que ha llegado a buscar objetos que botó o donó hace tiempo por error, es decir, que se fueron en la pila por distracción, y que sí podrían haberle resultado de utilidad. Ese es mi caso.

Frente a muchas de "...aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas", me senté el otro día y me puse a pensar. Se trataba de informes académicos con mi nombre y la firma de mis maestras y profesores de entonces, boletines de calificaciones, libretas de asistencia y comunicados escolares con algunas epístolas escritas por compañeras a quienes no volví a ver a pesar de las palabras azucaradas que nos prodigáramos en esos cuadernillos bajo promesa y juramento de no separarnos nunca. 

Es la vida quien se encarga de poner distancia entre nosotros y nuestro pasado. Y en esto la vida es muy sabia. Observando toda aquella pila de papeles amarillentos con tinta borrosa por el paso del tiempo, y midiendo el espacio físico de mi mobiliario y el emocional en mi interior, tomé finalmente la decisión de partir con ellos, dejarlos ir. 

Llegué a entender que, aunque se hablara de mí en todos ellos, ahí no estaba yo. Yo no soy ni jamás fui ninguna de esas cosas, de esas calificaciones, de esos comentarios de otros significativos en mi vida. Tampoco soy mi CV ni mis títulos, no soy mis documentos ni mi licencia para conducir, no soy mi edad ni mi barrio, mi país ni mis vínculos, no soy mis roles ni mi circunstancia, no soy mis añoranzas ni mis sueños presentes o pasados. Todo eso no me define ni me abarca: soy algo indefinible y cambiante en apariencias, aunque con un núcleo íntegro e inalterable que no se modifica en su autenticidad con el paso del tiempo, y que por lo tanto no necesita de papeles, documentos o testimonios que prueben que fue o es. Sólo yo lo conozco. Y adivino, aunque probablemente haga falta tiempo para confirmarlo, que he logrado averiguar de quien se trata en parte gracias a esta costumbre de despojarme de todo aquello que no necesito tener para recordarme quien soy. Gracias a este hábito que a algunos exaspera o supera en entendimiento o tolerancia, he logrado deshacerme de casi todo lo que en verdad no soy. Y me siento un tanto más livianamente verdadera.

A boca de jarro

sábado, 18 de febrero de 2012

¿Hablamos de números?



"Me dicen que abra los ojos y contemple las bellezas que el sol alumbra; que admire sus montañas, sus valles, sus torrentes, sus plantas, sus animales y no sé cuantas cosas más. Pero entonces, ¿el mundo no es más que una linterna mágica? Ciertamente el espectáculo es espléndido, pero en cuanto a representar allí algún papel, eso es otra cosa."   Schopenhauer.


Los argentinos tenemos la fama hecha de ser quejosos. Voy a hacerle honor a la fama. Ayer miraba y escuchaba en el noticiero el cierre de un debate que quedó abierto hasta que se reanuden actividades después del feriado de carnaval, el miércoles de la semana entrante, que es característico en este momento del año en el que nos preparamos para arrancar con el ciclo lectivo. Los representantes de los sindicatos docentes se reunieron con los representantes del gobierno a discutir las mejoras en el salario de los maestros que son la condición mediante la cual las clases arrancarán en las escuelas públicas en tiempo y forma el 28 de febrero como se había pautado. De no ser así, las aulas seguirán vacías unos días más, como ya es costumbre hace años en este país.

Hasta aquí la noticia no es noticia. Lo que escandaliza son los números que se manejan, tanto por una parte como por la otra. Y lo que más me sorprende es que no ha salido nada publicado sobre el tema en el diario más popular de la Argentina el día de hoy. ¿Será que nos hemos acostumbrado y lo vemos como una nota de color? ¿Estaremos hablando de números o habrá una cuestión mucho más honda y paradójica de fondo que nos estamos perdiendo?

Una vez un renombrado periodista político argentino aplicó una rica imagen para explicar lo que nos sucede con esto del acostumbramiento. Dijo que cuando a alguien se le cae el botón de un saco, lo percibe como llamativo por un tiempo. Si no lo arregla, pronto se irá acostumbrando a la ausencia del botón y seguirá adelante. Si al tiempo se le rasga un bolsillo, lo sorprenderá el hecho de lo mal que luce y lo incómodo que resulta, pero si no lo enmienda, pronto se habituará a su saco en estas condiciones. Y podríamos seguir con el acostumbramiento al deterioro infinitamente.

Los gremios reclaman un salario mínimo para el docente de escuela pública de jornada simple (cinco horas diarias in situ), de 3.100 pesos, mientras que el poder no está dispuesto a concederle más de 2.800 pesos. Tres mil cien pesos equivalen a algo así como seiscientos cincuenta dólares. Dos mil ochocientos pesos son quinientos cincuenta dólares aproximadamente. Por eso discuten: por una diferencia de trescientos pesos que no redime a ninguna de las dos cifras, ya que ambas dejan a quien las gana apenas por sobre la línea de pobreza, ya que las cifras oficiales se empeñan en querer hacernos creer que la Canasta Básica Total (CBT) que mide la línea de pobreza para una familia tipo se ubicó en enero en 1.423,92 pesos, según reflejan datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC).

Un barrendero empleado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires percibe un salario base de 5.000 pesos, el equivalente a un mileurista español. Y no tengo absolutamente nada en contra de esta labor: por el contrario, me parece digna y absolutamente necesaria. Es más, creo que nos haría falta una flota mayor de barrenderos y que a la ciudad y a los trabajadores que de ese modo conseguirían un empleo les resultaría ampliamente beneficioso. Pero, ¿existe comparación posible entre un maestro y un barrendero? ¿Qué papel desempeñan los docentes de escuela pública al estar tan mal pagos? ¿Y qué hay de lo que se expresa a través de los números, que implican una forma de no poder con la vida propia para quien lleva a cabo la tarea de educar, acerca de la importancia de la educación pública en los hechos, no en los floridos discursos políticos?

Sarmiento dijo: "El buen salario, la comida abundante, el buen vestir y la libertad educan a un adulto como la escuela a un niño". Lo dejo ahí, no tengo ganas de pensar más allá. Me cansé antes de empezar. Hago huelga de cerebro: total que más da, es feriado largo por carnaval, y la vida es un carnaval, como cantaba Celia Cruz... 


A boca de jarro

jueves, 16 de febrero de 2012

Ser o no ser el Bardo...


 Esa es la cuestión a la que alude, sin convencer a nadie de que Shakespeare sea un fraude, la película "Anonymous", dirigida por el alemán Roland Emmerich ("Independence Day", "The Day After Tomorrow" y "2012"), un atracón difamatorio para paladares negros que arremete confusamente contra todo lo aprendido de figuras descollantes que nos han dejado un legado riquísimo, infinitamente mayor al entretenimiento que ofrece este thriller de época en el que lo único rescatable es la ambientación, las escenas en El Globo, las líneas de Shakespeare citadas y las actuaciones de Rhys Ifans y Vanessa Redgrave. Me quedo con Al Pacino en su búsqueda laberíntica de Ricardo III. En "Anonymous", se pretende remachar sobre la vieja teoría de la desintegración de la figura del cisne de Avon sin presentar un sólo hallazgo contundente, basándose en las irregularidades regulares para los tiempos que resultan suspicacias sólo extemporáneamente.


 Los nombres que se barajan son varios y todos suenan familiares para quien ha estudiado algo del tema. Hay por lo menos una docena de nombres sobre los que se ha contruido esta teoría que cobró fuerza en el siglo XIX. Releyendo apuntes de estudiante, me encuentro con la innecesaria necesidad de probar la autenticidad de la pluma de un genio a quien se le desconfía por haber logrado ser descollante sin títulos nobiliarios ni demasiada preparación académica. Shakespeare no fue un intelectual, aunque los intelectuales se encargaron de apropiarse de él para poner sus obras bajo el microscopio en busca de explicaciones para un talento innato incomprensible para la mente mediocre, para quien se ha cultivado y sueña con hacerse un nombre pero carece de vuelo propio para salir del anonimato.

 Ya en 1592, justo antes de una temprana muerte, el poeta y dramaturgo Robert Greene exhortaba vilmente a sus colegas a desconfiar de un "advenedizo cuervo adornado con nuestras plumas que por su corazón de tigre envuelto en piel de actor se cree capaz de inflar el verso (...) y es el único "sacude-escenario" (shake-scene) del país". El juego de palabras es intencional y lapidario. Pasaron los años, se fueron acumulando pruebas en forma de documentos de una vida ordinaria, y Shakespeare fue incrementando su riqueza logrando que su padre, sobre quien también se especula pudo ser desde granjero o carnicero hasta fabricante textil o político y diplomático, obtuviera el permiso para un escudo de armas, mientras que el hijo se hacía poseedor de  propiedades suntuosas, compraba acciones del teatro El Globo y del Blackfriars, entre otros. Es claro que a este William no le iba nada mal para ser meramente un actor descerebrado como el bufonesco personaje que se delinea en este film.


 Los testimonios que dan crédito a la pluma de Shakespeare son numerosos en las publicaciones de la época: "... las Musas hablarían en el estilo finamente cincelado de Shakespeare si quisieran hablar inglés...", "el Terencio inglés", y su "habla de miel". Igual suerte corren sus personajes, que comienzan a cosechar alabanzas que quedan registradas bajo la firma de nombres ilustres que no vale la pena citar porque se montan al nombre de quien llevaba el propio para pasar a la historia. Además, no se deja del todo claro en pantalla que la Inglaterra isabelina fue tan poco apacible en términos de intrigas, confabulaciones, revueltas, ejecuciones y asesinatos como gloriosa para el arte y el espíritu del Renacimiento, que recién floreció ya entrado el siglo XV en esas tierras insulares, y que se propagó más allá de la corte de una reina muy pulida como Isabel. A los gentiles (the gentry), gente como Shakespeare, ésto les llegó en forma de fuerza creadora más que como erudición. Coexistían en esta Inglaterra el refinamiento de la cultura con la brutalidad de las costumbres. Los gentiles igual componían sonetos como empuñaban la espada. Una cantidad de comerciantes y campesinos comenzaron a comprar libros y a estudiarlos.

 La conclusión a la que se llega luego de intoxicarse con tanta conspiración basada en muchas hipótesis sin una tesis que las sustente es que los ilustrados que creen que sólo Salamanca presta no logran captar la verdadera esencia de un grande ni perdonarle el generoso regalo de natura. No logran entender que, en las palabras de un amante de la controversia, Ben Jonson, sabiendo "poco latín y menos griego", un hombre que "no pertenecía a una edad, sino a todos los tiempos" ("He was not of an age, but for all time") fuese capaz de eclipsar por sus propios dones, y que se pudiese hacer ficción acerca de sitios a los que nunca se había viajado o relacionar temas de la vida cotidiana con las hondas implicancias de logrados personajes. Sólo hace falta un talento inconmensurable y una sensibilidad tan grande como la que da el conocimiento de la naturaleza humana que se aprende viviendo. La vida que se asocia a Shakespeare revela cierto paralelismo con sus obras: pasiones irrefrenables, celos, decepciones amorosas, las trenzas históricas y los problemas políticos de la corte que todos conocían, la ingratitud, la traición, la ambición y el amargo renunciamiento al poder. El resto proviene de una imaginación fecunda, ganas de aprender, un oído dotado y la ausencia de escrúpulos en materia de copyright, cosa que no debería resultar difícil de entender hoy, en los tiempos de PIPA y SOPA.


 Las historias de Shakespeare eran historias tomadas del saco de la cultura colectiva de sus tiempos, cuando cualquiera plagiaba al vecino, agregando y quitando a voluntad. Los teatros no escatimaban en espionaje de escritos, ideas y hasta decorados. Los préstamos e interpolaciones eran moneda corriente. Y todo esto sucedía ante la total indiferencia del público, el verdadero protagonista del teatro isabelino, para quien el autor era una mera anécdota: lo que contaba para esta gente, que compartía un enorme gusto por el vino y el teatro a cielo abierto, era la obra. No existía el fanatismo por los actores o los autores que profesamos hoy. Ésto hacía que el nombre del autor ni siquiera figurara en los libros de contabilidad de la Casa Real donde se montaba la puesta para la corona, y así es como la duda se siembra sobre la figura misma del autor.


 Quien haya tenido un buen maestro en el estudio del teatro shakesperiano ha aprendido que Shakespeare no es para ser probado o refutado como un nombre, ni siquiera para ser leído, mucho menos para ser diseccionado por las ciencias del pensamiento moderno. Shakespeare es para ser disfrutado sobre un escenario por los actores y desde la butaca o de pie, en El Globo, si es posible, por la audiencia, que entonces le avisaba al protagonista si se desenvainaba una daga a gritos pelados, o moría de risa con las bromas soeces de las comedias y los chispeantes "conceits", que hoy tenemos que deshojar como a una margarita para captar. Si su audiencia entendía y gozaba los versos era precisamente porque su creador manejaba sus mismos códigos, porque él era uno más con ellos.


 Como dice alguna línea del guión de la película: "Es difícil escribir, ¿no es cierto?, después de algo así. Te devora el alma (...) Es una perfección sin escuela que arrasa con el espíritu." That is the question... En realidad nada importa una vez que arrasa el huracán Shakesperiano, ni el nombre; es claro que ni a él le importaba: "¿Qué hay en un nombre?". Ni siquiera el nombre del creador de ese arte único importa, aunque es tan real y auténtico que aún pasados casi cuatro siglos de su muerte (1616), sigue siendo motivo de envidias y sospechas  porque sigue vivo agitando su lanza (shake-spear).




A boca de jarro

martes, 14 de febrero de 2012

Abriendo ventanas


Las ventanas en la pintura son un motivo poderoso y recurrente. Evocan una mirada contemplativa hacia el mundo del afuera que a su vez conlleva una observación reflexiva de lo que se vivencia en el interior de uno mismo.

Dalí.

Mi pintura favorita con este motivo es, como podrán adivinar, la Figura asomada a la ventana de Salvador Dalí. Tal vez vea en ella a una mujer semejante a mi abuela paterna, en el paisaje imagino se puede parecer a las rías de su Vivero natal que la vieron crecer y que mi abuela añoró toda su vida al abandonarlo para nunca más volver a verlo. Por extensión, me siento un poco como esa mujer, contemplando la línea del horizonte, el límite que parece imponerse obstinadamente a nuestros deseos de trascender y superar ciertos escollos que nos impone la vida. Finalmente, la mujer se dará la vuelta y todos los habitantes de la casa volverán a sus rutinarios quehaceres en torno a la ventana, como las pinturas de Vermeer lo plasman:





Estos largos días de verano se comienza a añorar la rutina después de tanto tiempo concentrado de descanso de la aceleración que el día a día que tomamos como norma imprime. Y dan ganas ya de dejar de mirar pasar la vida a través de la ventana, abrir la puerta y ponerse en movimiento. O de abrir las ventanas y que sople un viento que refresque y despeje ante la mirada sorprendida algún nuevo horizonte. Dicen que el poder de llegar allí donde nuestra vista apunta está en nosotros, pero a medida que crezco cada vez me resulta más difícil de creer...

Friedrich


LAS VENTANAS de Constantino Cavafis

En estas oscuras piezas, donde paso
días agobiantes, voy y vuelvo arriba abajo
para hallar las ventanas. 
-Cuando se abra
una ventana habrá un consuelo- .
Mas las ventanas no están, 
o no puedo encontrarlas. 
Y mejor quizás que no las halle.
Acaso la luz sea un nuevo tormento.
Quién sabe qué cosas nuevas mostrará.
Monet.
A boca de jarro

sábado, 11 de febrero de 2012

Glenn Close en la singularidad de Albert Nobbs



 "Mi definición pura de la poesía: algo que el poeta crea fuera de su propia personalidad."
                                                                                   George Moore (1852-1933)

No conocía al autor de la historia en la que se basa la película Albert Nobbs, tal vez porque cuando de literatura moderna irlandesa se trata, la gigantesca figura de James Joyce (1882-1941) se devora a todos los demás nombres. Sin dudas, esta historia tiene mucho de lo que uno encuentra en Dublineses, quince relatos sobre la frustración y la búsqueda de una identidad, donde todas las cosas suceden a medias y los personajes parecen suspendidos en el aire, en la Dublín joyciana, lúgubre, helada, como paralizada. Según leo, George Moore, novelista irlandés controvertido, poeta, crítico de arte, escritor de memorias y dramaturgo,  autor de la historia The Singular Life of Albert Nobbs, dejó huella en James Joyce. Tanto es así que se lo considera el primer gran novelista irlandés moderno.

Retrato de 1879 de George Moore por Édouard Manet.
Como sucedió con la versión fílmica de The Curious Case of Benjamin Button, el cuento corto escrito por F. Scott Fitzgerald, creador de The Great Gatsby, la versión cinematográfica de "Albert Nobbs" necesitó relleno, tal y como lo admite su descollante protagonista, la mujer máscara, Glenn Close. Se trata de un proyecto personal de la propia Glenn Close que no sólo es protagonista sino que además participa en la producción, el guión y la banda sonora. Para la dirección la actriz se alió nuevamente a Rodrigo García ("Cosas que diría con sólo mirarla", "Nueve vidas…"), hijo de Gabriel García Márquez. Ella se involucró en este proyecto desde su presentación teatral en el Off Broadway en 1982, y pasaron largos años de ir y venir con el asunto hasta lograr plasmarlo en cine.

Más allá de la información ad hoc, que suma, incluso por sobre la historia en sí y la actuación de Glenn Close, que es sencillamente colosal, me pregunto qué lleva a una actriz tan poderosa a la hora de enmascararse y, sobre todo, de des-enmascararse, a tomarse una obra de modo tan personal. Es posiblemente el mensaje de una historia de época con impecable ambientación, dura y triste, sea lo que más conmueve. La crítica ha sido muy dura con el film, pero creo que en definitiva es la reacción de uno como espectador lo que cuenta a la hora de hablar de cine, lo que la vista moviliza.



Glenn Close declaró en San Sebastián lo que creo que hace al núcleo de la cosa: Albert Nobbs es "una mujer que se ha borrado a sí misma para poder existir y acabar con la tragedia de no acordarse de quién era." Transvertirse a los catorce años, luego de haber sido brutalmente abusada y haber comprendido que como mujer en su condición de pobre y huérfana no tenía otra alternativa más que la prostitución, le permite al personaje, ya asexuado en mi entender, encontrar trabajo como mozo en un hotel del Dublín que le guiña un ojo a Joyce desde un cartel en segundo plano donde se lee "Joyce Livery". Como en el universo de matices hondos de Joyce, los personajes se arrastran por el filo del abismo y aquí se refugian en el alcohol y el sexo para soportar sus sombrías vidas.


Pero este ser tiene un sueño que trasciende su género y apunta a su condición de persona y a forjarse una identidad que nunca ha llegado a construir. Tal es la fuerza, tal vez mal encauzada, de su sueño identitario que logra sobrevivir a una peste en su intento por desafiar todos los mandatos y tabúes sociales y sexuales de una época hipócritamente pacata y represiva, dejando desnuda la perversión en las figuras que a simple vista menos la encarnan. Albert Nobbs muere por defender la última chance de concretar su ilusión, y el fruto de todo su esfuerzo va a parar a las peores manos. Se trata de un final de resonancias trágicas que hace honor a la verdad de los tiempos que retrata.


La actriz admite haberse inspirado en Chaplin para componer su rol. Además declara en un reportaje que para ella y para el director Albert Nobbs es "ella": "Bueno, Albert es diferente, ella es un espíritu muy puro que trata de sobrevivir. Siempre digo ella. Ella es ella, Albert. Ella no se considera un hombre, es una mujer que despista. Cambia su apariencia, su voz, pero es una mujer. Y Rodrigo, en los detalles, nos muestra todo eso. Incluso al vestir como una mujer, anda como un hombre. Albert tiene algo de clown."

Así es como echa luz sobre qué la fascina de esta historia, que no es una gran película, pero que capturó mi atención: "Creo que la película nos explica que nuestro sexo es irrelevante. Que nos confunde demasiado eso y que no importa a la hora de ser de una forma u otra. Para mí, la película trata de la supervivencia, de que en eso el género no importa y de que lo fundamental es hallar un lugar seguro donde desarrollarse. Y demostrar el hecho de que para mucha gente un sueño sencillo es algo casi inalcanzable, como atravesar una puerta."


De acuerdo a la visión del autor de la historia original: "Vivimos de nuestros deseos más que de nuestras obras." No parece ser el caso personal de esta inmensa actriz norteamericana que comenzó su carrera ya grande, a los 30, luego de haber estudiado antropología y cine, y que admite que como intérprete sabe preguntarse el por qué de las cosas, de los comportamientos. Siempre me deja pasmada. Sobre todo al des-transformarse en cámara, como en la escena final de "Relaciones Peligrosas". Ella, como Nobbs, cambia su apariencia, su voz, su postura corporal y brilla en la pantalla haciendo vivir un sueño. Su actuación es pura poesía de acuerdo a la definición del mismo Moore: crea fuera de su propia personalidad. 

jueves, 9 de febrero de 2012

Los hijos te hacen andar


A mí esto de bloguear me agarró con mis hijos ya grandecitos. Debería haber tenido un blog para escribir tantas vivencias intensas, descubrimientos y cuestionamientos que me asaltaron al ser madre de bebés y niños en sus primeros años. Hubiese sido una gran forma de hacer terapia y de cantar mis verdades a boca de jarro con respecto a todas esas experiencias desde mi óptica, que muchas veces era bien diferente a la de las mamás a mi alrededor, como les pasa a todas.

Cuando arranqué asiduamente con el blog, hace ya cosa de un año, solía escribir muy a menudo sobre mis hijos. Luego empecé a diversificarme y a explorar otros temas que tienen más que ver conmigo más allá de mi rol de madre. De todos modos, tengo amigas virtuales que me acompañan fielmente desde los comienzos y me concedieron el honor de formar parte de algo así como una tribu de mamás blogueras, donde me siento un poco una matrona que da consejos sin que se los pidan, a veces desenfocados, porque hay etapas que ya pasé y por que en esto de criar no sé si puede o se debe aconsejar demasiado.


De todos modos, las sigo, las comprendo e intento apoyar. Y ellas me siguen aún en mis diversificaciones, lo cual agradezco y valoro. Hasta me pasan un premio que viene del grupo. Lo tomo porque justamente el otro día había escrito esta entrada que pensé en dedicarle a Gi, que se pierde y se enreda tanto como me pasaba a mí cuando transitaba el tramo que a ella le toca andar ahora. La consigna para recibir el premio es contestar algunas preguntas. Intentaré hacerlo de modo creativo, adaptando mi post para responder los interrogaciones que se me formulan.


1. Elige un momento de tu vida muy importante. Sólo uno.

Sin dudas, un momento muy importante y que me desacomodó más que ningún otro fue el nacimiento de mi segunda hija: allí supe que había logrado formar la familia soñada. Hay memorias que a pesar del paso de los años no se borran, aunque la emoción que en principio las dejó grabadas se va aguando con el tiempo. Recuerdo que estaba embarazada de ocho meses de mi hija que cumple nueve años en abril. Por entonces, traía y llevaba a mi hijo de cinco al jardín todos los días, como lo hago ahora con la menor, que pasa a cuarto grado, y con los dos al club en verano. Íbamos mi panza y yo detrás a paso cada vez más cansino, y recuerdo haber notado por primera vez en años que las cuadras camino al colegio eran cuesta arriba.

Nunca falta la madre de un compañerito de tu nene que se te acerca en la puerta del colegio con sus suspicacias: "¿Dé cuánto estás? ¿Y dónde la vas a tener? ¿Con quién te atendés? ¿Y cuántos kilos aumentaste? Ah....". Tuve una hermosa beba de tres kilos y medio una mañana de abril. Decidí que mi hijo mayor tenía que seguir con su rutina para que su mundo no se alterara más de la cuenta. Ya era bastante con que le naciera una hermana que lo destronara. Durante mi internación mi primogénito fue al jardín todos los días acompañado por los abuelos. Yo me repuse pronto y sentí el deseo de seguir yendo a buscarlo a la salida. No vi que fuese demasiado problema. Era un otoño tibio, me cargaba a la beba en una mochila portabebé y disfrutaba de continuar con la rutina a pesar de la falta de sueño y el trajín de la recién nacida. Intentaba cronometrar alimentación y cambio de pañal para estar lista a esa hora. Siendo una madre reincidente, sabía que la beba no moriría por esperar un rato para comer o por ir hasta el cole con la pancita llena de leche. Y hasta hoy creo que nos hizo bien a las dos: me salió bien paseandera y camina gustosa a la par mía.

2. ¿Qué lugar del mundo te gustaría visitar que no conoces?

Aquí podría contestar muchos, pero realmente mi primera elección sería África. Paso a explicarles por qué. La señora que preguntaba tanto no dejaba de rondarme en la puerta del colegio. Se acercó, como otras, a conocer a mi bella dama, pero ella venía todos los días con preguntas y alguna importante enseñanza para transmitir. "¿Le estás dando el pecho? Porque mirá que cuando amamantás perdés tooodos los kilos que aumentaste más rápido. ¿Y, decime, cuántas veces te despierta a la noche? ¿Tenés alguien que te ayude? Porque mirá que lo vas a necesitar ahora con dos..." De todos los lugares a donde la podría haber mandado, el más apropiado hubiese sido África: hay gente a la que un buen baño de inmersión en la realidad más allá de sus narices le vendría de maravillas.



A veces nos hacemos tanto problema por esta cuestión, importante desde ya, de cómo alimentar a nuestros hijos, que siento que nos olvidamos de lo primordial: la función de la madre en un mundo donde nacen y viven millones de personas hambreadas es alimentar lo mejor posible, y el mejor alimento es el que es suficiente para que los chicos crezcan sanos y el que se da con amor. Todo lo demás es cuestión de suerte: digo, de tener la suerte de pertenecer a la parte de la población mundial que está bien nutrida. Eso es realmente lo que sentí entonces y lo que pienso hasta hoy.

3. Haz un menú con tu comida preferida: entrada, plato principal y postre.

Entrada: criterio propio; plato principal: sentido común y postre: atreverse a ser una misma como mamá. Y charlar en la comida, así... Un día de aquellos que rememoro se presentó un frente de tormenta de esas que empiezan con viento y unos gotones justo a la hora en la que salen los chicos del cole. Yo me fui con la beba en cochecito (perdón, mamás que portean: yo usaba cochecito también, lo confieso, y cargaba las compras en la parte de atrás). Tenía un protector plástico para el cochecito que no permitía que pasara ni viento ni agua. La verdad es que la beba estaba mejor que todos los demás a su alrededor. La señora en cuestión no pudo con su genio, se acercó y me increpó: "¿Te parece que es día para salir con la beba tan chiquita? ¿No se ahogará adentro de ese cobertor?" Mis ojos se inyectaron de sangre, me invadió un profuso flujo hormonal de hembra con cachorro recién nacido, abrí la boca y rugí como una leona. Demás está decir que nos dejamos de hablar por un tiempo.


Este recuerdo se me vino a la memoria en estos días de verano en los que hace unos 38 grados de sensación térmica a la sombra y me encargo de llevar a mis hijos al club en bici. Y son varias las voces que ponen el grito en el cielo para levantar la alarma: "¿No te parece que hace demasiado calor para ir en bici hasta el club a pleno rayo del sol? ¿No les dará un golpe de calor? ¿Por qué mejor no pedís un remis? ¿No ofrecen servicio de camioneta?"


Ahora ya no contesto, no rujo, ni me mosqueo. Ahora ya aprendí: me alimento de criterio propio, sentido común y atreverme a ser yo misma con mis hijos, más allá de lo que digan. Haga calor, haga frío, llueva, granice o caiga nieve, si hay algo maravilloso que logran mis hijos por mí es que siempre me ponga en marcha, es que todo lo que para los adultos adormilados que opinan sin ofrecer dar una mano es una tragedia, sea un motivo de risa y diversión compartida con ellos. Mi hija no se queja del calor: goza de contar mariposas camino al club. Mi hijo se pone a dirigir la marcha y me dice qué atajo tomar para llegar más rápido o evitar alguna calle bacheada. Y cada tanto se da vuelta y me pregunta: "¿Venís bien, má? Así de grandes son los ojos del corazón de los chicos. Y así de fuertes son sus impulsos por andar: porque son los hijos los que te hacen andar.

4. Si a trabajo se refiere, ¿cuál sería tu trabajo perfecto o profesión, sin pensar en salarios?

No hay profesión perfecta, y no puedo trabajar sin pensar en salarios: por eso tenemos un solo auto y voy y vengo en bici con los chicos desde siempre. Lo que tengo está bien. Doy gracias porque tenemos trabajo en casa.

5. ¿Recuerdas cuándo y por qué reíste la última vez? Cuéntalo si lo recuerdas.

Por última vez me reí una mañana de estas. Mi hija se levantó tarde. Había dormido acurrucada a una muñeca andrajosa que tiene hace años y adora. Le pregunté: "¿Qué le pasó a esa muñeca?" Me contestó: "¡El tiempo, mamá!". Nos reímos mucho. Y me reí cuando me vino este recuerdo de la señora metiche a la cabeza, me reí de ella y de mí misma, por haberme enojado tanto entonces y por poder recordar todo esto con humor hoy y pensar en que le puede ser útil a alguien a quien le quiero dibujar una sonrisa y dar las gracias: mi amiga Gi.



Y el premio hay que pasarlo. Se lo otorgo a tres buenos blogs de crianza que acompañan: 



A boca de jarro

martes, 7 de febrero de 2012

Tiempos difíciles: A doscientos años del nacimiento de Charles Dickens

Google doodle dedicado al 200° Cumpleaños de Charles Dickens


Hoy se conmemora el bicentenario del nacimiento de Charles Dickens. El fenómeno Dickens no es difícil de comprender en nuestro mundo de sitcoms, películas y best-sellers. Más fácil es aún si lo comparamos con el boom de las telenovelas de las décadas del 70 y 80. Dickens fue un gran entertainer que impuso la novela como género masivo e hizo posible su disfrute en entregas por folletín para ricos y pobres por igual: el único requisito era saber leer. La entrega por capítulos le hacía posible ir construyendo la trama, agregando personajes y dándole giros tomando en cuenta la respuesta en caliente de su público. Eso es tal vez lo que la torne por momentos sinuosa y sentimentalista: el deseo de complacer a la audiencia además de ir ahondando en su propio cometido e idea inicial. Es esa interactividad y complacencia con el gusto de su público el mayor legado de Dickens a sus coetáneos y lo que lo hace comparable a nuestro acceso instantáneo a la ficción popular como forma de entretenimiento.


Lecturas públicas.

Se debe agregar que merece el crédito de ser un gran hacedor de historias, un ameno y minucioso narrador, un original creador de personajes caricaturescos de unicidad arquetípica, un dotado para la palabra que repica en el oído y se hace idiomática en su lengua madre gracias a su chispa lingüística, y además, como si todo esto fuese poco, se lleva las palmas como crítico social de la Inglaterra en la que vivió. Fue por ello casi un héroe nacional que pasó a la posteridad como el nombre literario tal vez más popular de la literatura inglesa de todos los tiempos, sin ningún barniz de intelectualismo y sin desmedro de su valor literario: un digno equilibrio para un escritor que alcanzó la gloria en vida sin dejar en el olvido su infancia pobre como obrero en una fábrica de betún para calzados.

Tiempos difíciles es quizás la más mordaz de todas las novelas del prolífico autor en su denuncia de los estragos causados por el industrialismo respaldado por la filosofía utilitaria que despojaba a la sociedad de toda humanidad para enarbolar las banderas de la practicidad y la productividad en masa. Y es en la educación donde a Dickens y al lector más le resulta aberrante tal tesitura: la educación basada en un vacuo acopio de fríos datos estadísticos que destrozan todo atisbo de fantasía en los tiernos infantes a los cuales se somete al lavado de cerebro y a la estandarización. Resulta por lo menos paradójico que en pleno siglo XXI se siga insistiendo con los resabios de este tipo de (de)formación, que no se abra el espectro a la fantasía y a la creatividad en la escuela mucho más ampliamente, que persistamos en fórmulas que devoran a muchos niños y que hace que sobrevivan los más aptos para adaptarse a la mediocridad que se plantea como producto escolar deseable. Son aún muchos los devoradores de niños (los M'Choakumchild) que pululan por nuestras aulas intentando manufacturar la fibra humana ("the manufacture of the human fabric"). Mis propios hijos deben lidiar con unos cuantos especímenes de este tipo y sobrevivirlos, tratando de conservar su chispa creativa en su paso por la escuela.


El paradigma de una eficiencia a base de datos y maquinaria, de deshumanización, de una inteligencia adormecida que condice con los ladrillos opacados por el humo de las chimeneas de Coketown, es comparable al espeso smog que tiñe nuestras urbes de gris en plena era informática. Fríos y desabridos datos es todavía lo que más consumimos en envases nuevos.

" Let us strike the key-note, Coketown, before pursuing our tune."

La vigencia de este retrato de clases sociales enfrentadas en un momento de la historia en el que el dinero se impuso definitivamente al sentido común, así como la feroz descripción de los empresarios que durante la industrialización se enriquecieron a costa de la sangre, sudor y lágrimas de los obreros (the hands) es descarnada y, por desgracia, resulta bastante familiar en nuestros días. Los inescrupulosos de ayer y hoy quedan expuestos a los ojos de los lectores de entonces igual que los de ahora. El autismo de las clases regentes se muestra con una crudeza impiadosa. Quienes deberían dar solución a los problemas se presentan como una caterva de individuos alienados por su propio enriquecimiento. "Son ellos los que se tienen que ocuparse...", afirma Stephen Blackpool, el obrero central en la obra, "si no, ¿de qué se encargan?". Es la simple, penetrante y mansa pregunta que los indignados ciudadanos del mundo nos seguimos haciendo hoy sin oídos que escuchen.

Dickens plantea en Tiempos Difíciles un universo maniqueísta: como en un tablero de ajedrez, de un lado están las blancas, los personajes contaminados por la riqueza que generan las factorías, elefantes enloquecidos de melancolía, que se alimentan de la opresión y la miseria a la que someten a los peones, para quienes existe sólo dos clases de gente: quienes conocen el valor del tiempo y quienes no (Time is money). Son la personificación de la razón. Pocos quedan apenas redimidos por su propia infelicidad. Del otro lado, están los obreros, las negras que no dan jaque. Ellos tienen corazón pero vidas lúgubres y pequeñas, aunque salen a flote con el salvavidas de sus sentimientos de bondad, empatía y amor por alguien de su misma condición.

Y en el centro de este tablero se erige la figura del circo, el despliegue imaginativo del arte, un lugar donde la fantasía y la ilusión no han sido aún contaminadas. Es una especie de contraposición Blakiana entre dos mundos: el mundo de la inocencia y el de la amarga experiencia, el gusano que penetra en la rosa para enfermarla y herirla de muerte.


Rescato un pasaje en el que parece escucharse la voz del autor mostrando a sus lectores una salida posible del desolado laberinto. En él se cuenta que había una biblioteca en Coketown, a la cual el acceso general era simple. El Señor Gradgrind, arquetipo del demoledor de la imaginación, se atormentaba pensando en qué leía la gente allí. Pero los lectores, cuenta Dickens, persistían en fantasear. Fantaseaban sobre la naturaleza humana, las pasiones, las esperanzas y los miedos, las luchas, los triunfos y los fracasos, las preocupaciones y las alegrías, las vidas y las muertes de hombres y mujeres comunes. A veces, luego de jornadas de quince horas de trabajo, se sentaban a leer meras fábulas sobre hombres y mujeres más o menos como ellos mismos, y niños, más o menos como los propios. Se llevaban a De Foe a su regazo y parecían confortados. El último refugio de las masas que generan pero difícilmente saborean los frutos de la riqueza material que producen está en la fantasía.

Y me quedo con la imagen del fuego, visto y sentido desde los tiempos líquidos que hoy nos tocan navegar, en el que Louisa ve como su breve vida se extingue sin que medie su elección de cómo vivirla, sin jamás habérsele permitido tener el corazón de una niña, los sueños de una niña, las creencias o los miedos de una niña. Una niña a quien no se le otorgó el derecho de serlo. En el fuego que la subyuga ve la pasión que reprime y la fuerza que destroza tanto como la del agua, que hace de todo algo transitorio y flotante. Un fuego que sigue resultando destructivo en el devenir adulto de muchos de los Gradgrinds, Bounderbys, Choakumchilds y Harthouses que abundan en nuestros tiempos difíciles.



A boca de jarro 

domingo, 5 de febrero de 2012

Reflexiones de un cuerpo a orillas del mar

"Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar."(*)



El mar es una de los lugares que más me fascinan. Me renueva, me refresca, me hace bien al alma pasar tiempo a orillas del mar. Pero la fauna humana que se congrega y se empeña en aglutinarse, en amucharse, en observarse semidesnuda con decenas de petates y celulares para ni siquiera conectar con la gloria oceánica es algo que me llena de asombro y contradicción.

Poca gente sabe gozar de la playa. Confieso que yo la padezco en buena medida tal como se impone de vacaciones en temporada alta. Lo que más me disgusta es tener que despojarme de la ropa en la que vivo todo el resto del tiempo, en la que me reconozco como quien soy, y pasearme con todos mis complejos bajo el sol, bajo la mirada de una sociedad con un ideal de belleza femenino tan obsesivamente perfeccionista. Y es sobre todo la mirada femenina la que me pesa, mucho más que mi propia figura. Somos las mujeres quienes resultamos más intrigantes y patéticas, incluída yo misma, en relación a nuestra imagen corporal y a mostrarnos en traje de baño en una playa.

Están las menos, con cuerpos esculturales, mini bikinis que quedan perfectas, pendientes de dónde calza la tirita, con tan poco para tapar, sacudiéndose la arena que jamás se pega en esos bellos cuerpos, simplemente porque no son usados para el disfrute. Ellas me intimidan, desearía tener esa figura, pero al mismo tiempo, me resultan insulsas y aburridas. Nunca un revolcón en las olas, nunca un zambullido de cabeza, nunca barrenar con los chicos o construir castillos de arena a orillas del mar. Silla, agua mineral, sol, a lucir la estampa, la afinada estampa. Y a usar la afilada mirada oculta detrás de los lentes de sol para escudriñar al resto.



El resto somos las que siempre deseamos ser la garota de Ipanema y jamás lo conseguimos, las que cargamos con nuestras cicatrices de guerra de una vida de estudio y trabajo, de comidas familiares disfrutadas, de embarazos que han pasado y han dejado huella. Vidas comunes la de los cuerpos de la gran mayoría de mujeres que estamos muy lejos de ser amigas de la imagen que nos devuelve el espejo, y mucho menos, de estarle agradecidas, aunque en poco se parezca a la silueta de las modelos que tienen cuerpos para ser admirados pero no vividos, no gozados, no revolcados por las olas hasta la orilla del mar.

Y al llegar a casa, nos enteramos de que hay un cuerpo en la familia que no puede ir a ninguna parte en el mar de la vida hace doce años, y sin embargo resiste las complicaciones, ahora agravadas, que se presentan al estar postrado en una cama gracias al amor que le prodiga su familia en forma de cuidados especiales y seguramente gracias a su profundo amor por la vida y por su propio cuerpo, que no en vano ha persistido tan largo tiempo. Esto no hace más que reforzar mi necesidad de aprender a amar y verdaderamente disfrutar de mi propio cuerpo sano con alegría y plenitud, sin frivolizar: debería yo aprender a revolcarme con las olas hasta la orilla loca de contenta y a erguirme con naturalidad y gratitud de poder hacerlo sin estar pendiente de la mirada oculta detrás de las gafas, que no es más que una mirada tan limitada como la mía, que mira sin lograr ver más allá.


"Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar."(*)


(*) Fragmentos de Dolor de Alfonsina Storni.

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